“La Sonrisa de Budum-Budum 2” O Reguero de Pólvora a 100.0 Mbps.
¿Recuerda usted a Los Pitufos? Sí, esos duendecillos azules que protagonizaban una serie animada de TV a principios de los 80 y que inundaron nuestro país en múltiples formas: pitufidiscos, pitufipeluches, pitufiguritas, pitufimochilas y pitufiplayeras.
Si su respuesta fue afirmativa, seguramente recordará también que, en pleno furor infantil por los «suspiritos azules», empezó a correr el rumor de que estas criaturitas, tan inocentes en apariencia, eran en realidad entes satánicos que cobraban vida en las noches y estrangulaban a los niños o, más aún, eran capaces de masacrar familias enteras. El asunto no paraba ahí, pues he llegado a escuchar que el mismísimo Jacobo Zabludovsky hizo alusión en su noticiero a ese horrible caso de posesión diabólica e, incluso, que una noche todos los muñecos y figuras de Los Pitufos desaparecieron de manera inexplicable, dejando tras de sí tan sólo la bruma de su leyenda… Por supuesto, de su leyenda urbana.
Sonrisa 1: A un amigo le pasó…
Sonrisa 2: Una leyenda urbana es una historia que involucra lugares, circunstancias y personajes comunes y contemporáneos, y cuya moraleja advierte, alerta o alecciona, directa o indirectamente, acerca de un riesgo inminente, cercano e insospechado. Estas historias se propagan, vía oral o escrita, por personas que las dan por ciertas, ya que las escucharon «de alguien a quien le pasó» o de boca del «amigo de un amigo», y esta supuesta cercanía hace que la inverosimilitud del relato franquee nuestra natural desconfianza y traspase los filtros del escepticismo, tal como lo hizo la insólita historia de Los Pitufos, que es una de las muchas leyendas urbanas que circulan por los recovecos de nuestro inconsciente colectivo.
Sonrisa 3: Aunque el fenómeno de las leyendas urbanas es bastante antiguo, el término es relativamente nuevo: fue usado por primera vez en 1969 por el francés Edgar Morin en su estudio La rumeur d’Orléans y, diez años más tarde, por el doctor emérito Jan Harold Brunvand en un estudio sobre el folkloreen EE. UU. La estadounidense Barbara Mikkelson afirma que las leyendas que contamos reflejan los miedos y preocupaciones de nuestra sociedad, al tiempo que pretenden reafirmar la veracidad de nuestros puntos de vista; a través de estas leyendas intentamos darle sentido a una realidad que muchas veces puede parecernos inexplicable o demasiado amenazante. Las leyendas urbanas son moralizantes en tanto que pretenden advertirnos acerca de ciertas acciones «riesgosas», mostrándonos las terribles consecuencias que sufrieron quienes hicieron eso que estamos tentados a intentar. Otras confirman la creencia infantil de que el mundo es un lugar enorme y horrible, lleno de degenerados, asesinos, drogadictos y empresas sin escrúpulos, capaces de lo que sea para lograr sus oscuros fines, y con gobiernos a los que simplemente no les importa que todo eso suceda.
Sonrisa 4: En la actualidad, el e-mail, las redes sociales y las app de mensajería se han convertido en el medio por excelencia para la propagación de leyendas urbanas, ya que con un simple click podemos retransmitir una de estas historias a cientos o miles de contactos y seguidores de manera íntegra, literal y automática. Y es que a menudo la leyenda representa, para quien la cree, un peligro real, e instintivamente buscará alertar a su familia, amigos y compañeros acerca de esa amenaza, en especial si el mensaje lleva el siguiente corolario: «Importante: reenvíalo a todos tus conocidos».
Sonrisa 5: De todos tamaños y sabores.
Sonrisa 6: Existen leyendas urbanas clásicas, algunas de ellas desde la década de los 50 —como la de la vanidosísima mujer que fue devorada por las arañas que se criaron en una peluca que, por supuesto, nunca se quitaba—, que casi siempre involucran a un personaje famoso —como la que afirma que Alfred Nobel no asignó un premio para matemáticos debido a que su esposa sostuvo un romance con uno de ellos (Lo cual es muy improbable, ya que el eminente sueco nunca se casó), la de Walt Disney y su cuerpo criogenizado, las supuestas semejanzas entre las biografías de Abraham Lincoln y John F. Kennedy, o los pies de Marilyn Monroe con seis dedos cada uno—, y que al final resultan falsas o imprecisas, además de prácticamente inocuas.
Sonrisa 7: Otras leyendas nacen como simples rumores —eso sí, malintencionados— que son alimentados por la prensa amarillista y por la morbosa necesidad de un chisme fresco y escandaloso. Dígame, por ejemplo, si usted no se creyó eso de que Marilyn Manson era de niño el nerd Paul Pfeiffer de la teleserie Los años maravillosos; o que el diseñador Tommy Hilfiger dijo, en el show de Oprah Winfrey: «Si hubiera sabido que los negros y los latinos iban a usar mi ropa, jamás la hubiera fabricado»; o aquello de que Cher se hizo remover quirúrgicamente dos costillas para lucir la cinturita de avispa que la caracteriza —y hay quien sostiene que Liz Taylor, Raquel Welch, Jane Fonda, Britney Spears o nuestra Thalía se sometieron al mismo procedimiento, con idénticos resultados—; o que Elton John —o Richard Gere o Freddy Mercury o Rod Stewart— se desmayó en una fiesta y tuvo que ser llevado de emergencia al hospital, donde una generosa cantidad de semen tuvo que ser bombeada de su estómago; o, más aún, que la cantante new age Enya había vendido su alma a Satán a cambio de la fama y después se había suicidado por puro arrepentimiento.
Sonrisa 8: Y a este mismo ámbito también podría corresponder la retahíla de mensajes ocultos en los que el cuarteto de Liverpool —que, a estas alturas, ya sería un «dúo»— codificó las circunstancias de la supuesta muerte de Paul McCartney; el «niño fantasma» que parece ocultarse tras las cortinas en una escena de Tres hombres y un bebé (1987); la maldición de Poltergeist(1982) y las «historias reales» de Amityville (1979) o El proyecto de la bruja de Blair (1999). La fascinación y el estupor que nos causan estas historias parecen ser los alicientes para propagarlas antes de que alguien más nos gane «la primicia»… Si no, ¿qué chiste?
Sonrisa 9: Si rompes esta cadena…
Sonrisa 10: Otra de las funciones de las leyendas urbanas es la de atemorizar a los niños y jóvenes para que eviten comportamientos específicos, so pena de sufrir castigos ejemplares. Como el caso del niño del veinte —ése que nos contaban sobre un pequeño a quien no dejaban salir a la calle y que, cuando salió a comprar un Gansito, murió atropellado, pero que hasta el final conservó en su manita, todavía tibia y bien apretada, la reluciente moneda de a veinte—. Ya más grandecitos, los ánimos de rebelión son sofocados con cuentos como el de la rubia que te liga en un bar, te narcotiza y, cuando despiertas, te encuentras en una tina con hielos y con una inscripción hecha con lápiz labial: «Te hemos quitado un riñón». Recientemente, el terror —y la desinformación— que rodea al sida y lo dota con un halo punitivo y mórbido, ha desatado leyendas como la de los «agujazos» en los antros, en los cines y en los teléfonos públicos, o las bebidas adulteradas con sangre seropositiva. Todo para que el puberto no salga o, por lo menos, se cuide.
Sonrisa 11: Pero la fuerza de la mentira se revierte como un búmeran cuando a los padres llegan historias tan atroces como la de los narcotraficantes que roban bebés que después usan para transportar drogas dentro de sus inertes cuerpecitos; o la de los niños que son secuestrados en los supermercados y, para confundir a todos, se les corta o tiñe el pelo; o los que acuden solos a los baños públicos y ahí son torturados, violados, mutilados o asesinados e, incluso, videograbados; o las jovencitas que, en los centros comerciales, son invitadas a participar en un videoclip y llevadas afuera con mentiras, sólo para ser secuestradas y violadas. Sin duda, cualquiera de estas historias puede ser cierta, pero de ahí a que exista un número suficiente de denuncias que permita afirmar la existencia de tal modus operandi criminal, hay mucho trecho.
Sonrisa 12: La incertidumbre que despiertan las escuelas, por el simple hecho de que mantienen a los hijos fuera de nuestra vista, ha provocado que proliferen leyendas como aquella —muy sonada hará unos 35 años— desatada por una campaña masiva de vacunación, en la que se dijo que lo que en realidad buscaba el gobierno era esterilizar a los inocentes escolares; o la de los tatuajes temporales Blue Star, que bajo la máscara de los personajes de moda esconden una dosis de LSD—es asombroso que año con año corra una versión distinta de la misma leyenda y, año con año, los mismos directivos de las escuelas caigan en la trampa—. ¿Y quién no ha escuchado eso de que en «cierta universidad privada» —cuyo nombre se omite para no comprometer el prestigio de la UIA (La Ibero, pues) —, las tuberías de los baños de las niñas han tenido que ser reemplazadas debido al daño causado por los ácidos gástricos de cientos de vanidosas y bulímicas estudiantes?
Sonrisa 13: Otras veces, es justamente el grado de inverosimilitud de la leyenda el que hace que se propague con mayor facilidad. Si no, ¿cómo creer lo de la muerte del buzo que se encontró rostizado en la copa de un árbol calcinado durante un incendio forestal? O, ¿quién no se fue con la finta de la advertencia lanzada en TV nacional sobre la supuesta banda delictiva Sangre, cuyo barbárico rito de iniciación consistía en circular de noche con los faros apagados para asesinar arteramente al primer valiente que les hiciera cambio de luces?
Sonrisa 14: Comer, beber y amar
Sonrisa 15: Pero, si a valentías nos vamos, algunos hemos tenido los suficientes tamaños para fumar cigarrillos mentolados que nos han dejado —a los hombres— irremediablemente estériles. O el valor de ingerir, para despabilarnos, bebidas con taurina —como las del toro rojo (Red Bull, pues!)— que producen tumores cerebrales e infartos; sopas de tallarines instantáneas que, con la temperatura y las microondas necesarias para su cocción, inexorablemente están creando una capa sedimentosa de cera en nuestros estómagos —que, por supuesto, un día acabará con nosotros—; sustitutos de azúcar para adelgazar, los cuales nos han condenado al horrible cáncer —que también es auspiciado por los maléficos hornos de microondas, por los teléfonos celulares, por la comida cocinada en trastes de aluminio y por casi cualquier cosa que no sean brócolis hervidos.
Sonrisa 16: A estas alturas, todos hemos comido milanesas del menospreciado caballo, tacos de perro (suaperro) —¡y no somos coreanos!—, hamburguesas de carne de rata y piezas de un animal genéticamente alterado que cierto coronel del batallón KFC nos ha hecho creer que es pollo. Pero, después de todo, es necesario recordar que uno de los rasgos que han dado al género humano la capacidad de crear los prodigios que vemos —y los que están por verse—, no es sólo su imaginación e inagotable fantasía, sino también la capacidad de hacerse preguntas y, sobre todo, la de dialogar con la realidad para encontrar respuestas precisas y correctas. Porque sí, todo lo que dijimos en estas páginas, para desconsuelo de unos, tranquilidad de otros e incredulidad de casi todos, no pasa de ser mera leyenda o, por lo menos, no ha podido comprobarse. Y que nos baste con eso.
Sonrisa 17: Sin otra cosa para reír, el Budum-Budum emite finalmente su enigmática sonrisa, en la búsqueda de las leyendas que seguramente el covid19 nos dejará para la posterioridad.
“This is the beginning of your day Life is more intricate than it seems
always be yourself along the way living through the spirit of your dreams”
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