Breve Historia de la administración Pública en México...


 

O la Posmodernidad Mundializada de lo Local.


  

Adagio-Allegro con anima: Sin lugar a duda, los mexicanos somos extraños entre los extraños. Dicha afirmación nos coloca en una posición muy arriesgada en un concierto de naciones cada vez más desafinado al interpretar una sinfonía, desagradable, por cierto, llamada “posmodernidad mundializada”.

¿Y de dónde proviene la afirmación anterior? Sobre todo, diversas situaciones que han ido marcando la forma de ser de los mexicanos a partir de, por un lado, el endurecimiento del estado represor-paternalista (Si bien las características del estado represor-paternalista están muy marcadas desde la conformación del estado mexicano a partir del movimiento social de 1910, es con la consolidación del PRI como partido en el poder a partir de 1940 que éste alcanza su mayor desarrollo, hasta llegar a 1968 en el que hace crisis y comienza su transformación), y por el otro, una situación de feliz conformismo ante la reformación del nuevo Sistema Político Mexicano, impulsado sobre todo por el Salinismo de finales del S.XX y los cárteles económicos trasnacionales.

Andante cantabile con alcuna licenza: Es importante considerar que, desde la época prehispánica, el gobierno (o, conceptualmente, el grupo en el poder) ha manifestado una serie de características autoritarias que no han permitido el crecimiento de todos los grupos sociales ni todas las regiones; los gobiernos prehispánicos giraron en torno a una teocracia fuerte y centralista, que basaba su fuerza en lo militar y en lo religioso. Hay que agregar que el régimen centralista que ejercía México-Tenochtitlan sobre sus colonias lo realizaba con base en el tributo y el cacique, institución que obedecía más a las necesidades de la metrópoli que a las del pueblo conquistado. Posteriormente con la llegada de los españoles, diversos pueblos se aliaron con los conquistadores reuniendo un ejército de más de doscientos mil individuos deseosos de acabar con el régimen de los Huey Tlatoanis, así como con la ciudad, el pueblo, el ejército y la administración mexica. 

La Administración Pública Mexicana surge de la necesidad de administrar los vastos recursos obtenidos por la conquista española (BARRAGÁN YÁÑEZ, Víctor Manuel Modernización Regional en Chihuahua: Análisis y Prospectiva (1980-2020), Tesis Inédita de Licenciatura, Escuela Nacional de Estudios Profesionales Acatlán, Universidad Nacional Autónoma de México, 2000, p. I.). Los trescientos años de dominación española generaron una Administración Pública que buscaba en primer lugar la explotación de las regionesconquistadas sin planear su desarrollo. La necesidad de consumo de España se satisfacía con los recursos de la Nueva España. La metrópoli estaba a gusto y satisfecha de tener uno de los imperios más grandes que existieron, en donde el sol no se ponía en su extensión... 

La tradición heredada de España crea una Administración Pública lenta, obtusa y corrupta que impidió el desarrollo intelectual y económico de la mayoría de las regiones de nuestro país. El gobierno del México independiente no logró consolidar las ideas liberales del siglo XVIII, por lo que la definición de la independencia mexicana fue realizada por españoles o criollos que pretendían conservar y mantener para sí el poder monárquico y la casa real española. 

Con la abdicación de Don Agustín de Iturbide surgió la posibilidad de construir un gobierno de transición política que pudiera dar cohesión y fortalecimiento a la nación. El Congreso expidió el “Acta Constitutiva de la Federación”, concediendo la autonomía de los estados y adoptando la división tripartita de poderes, donde destacó la supremacía del legislativo, depositado en un Congreso Bicameral, sobre los otros y reproduciéndose este mismo esquema en los niveles Federal y Estatal.

Desde 1824 hasta el derrocamiento del general Santa Anna se da un periodo anárquico, personalista y autoritario en la toma de decisiones y en la forma de administrar la cosa pública. La carencia de estabilidad provoca un nulo desarrollo económico, cultural y social en México. La caída del régimen centralista parecía el momento propicio para generar un desarrollo regional sostenido a través de las ideas liberales. Pero la falta de liquidez provocada por la guerra obligó al gobierno a suspender temporalmente los pagos de las deudas adquiridas con otros países declarándose en moratoria. Los sectores más conservadores y el clero que había visto perdidas muchas de sus prebendas vieron aquí la oportunidad de ofrecer una corona para reinar México a un príncipe extranjero que debiese ser católico y que garantizara mantener los privilegios de los sectores más ricos. Los problemas políticos y económicos de Europa provocaron que Napoleón III retirara poco a poco sus ejércitos expedicionarios por lo que Maximiliano vio llegar su fin en el Cerro de las Campanas.

Una de las primeras tareas del gobierno de Benito Juárez fue preparar la convocatoria para el nuevo Congreso Constituyente; se iniciaba así el replanteamiento del Estado bajo la óptica liberal, que significaba la lucha por lograr la supremacía de la Institución Estatal sobre cualquier otra de carácter social, especialmente frente al clero. Los años de 1855 a 1875 son de vital importancia como antecedente para la implantación del capitalismo industrial de México y el intento de dotar a las regiones de mayor capacidad y autonomía; la base de apoyo de toda esta transformación capitalista fue la hacienda. Se da la transición del feudalismo español al feudalismo mexicano que, a partir de la llegada del General Porfirio Díaz al poder, alcanzaría niveles de desarrollo amplísimos, hasta hacer crisis en 1910.

La permanencia de Díaz por cerca de 30 años en el poder originó una Administración Pública destinada a servir a los poderosos gobernadores y hacendados que estaban al servicio del dictador, transformando el poder en un poder soberano que hizo posible la estabilidad político administrativa.

El movimiento revolucionario de 1910 sentó las bases de dominación y del ejercicio de la Administración Pública Moderna en nuestro país. Más allá de la lucha entre facciones diferentes, se obtuvo un primer gran consenso nacional que desembocó en la promulgación de la Constitución de 1917.

Si bien la Revolución Mexicana logró generar un cambio de Estado y de gobierno, también tuvo como consecuencia la institucionalización de los sectores de nuestro país, y fortalecer un régimen Constitucional Presidencialista en donde el conductor real terminaría siendo el partido político y no quien lo representara en la silla presidencial. 

Durante la lucha armada se originó una gran desorganización tanto administrativa como social. La tarea de los gobiernos postrevolucionarios estuvo orientada hacia proveer las condiciones necesarias de desarrollo económico, social y cultural, entendiéndose en esto la repartición de la riqueza nacional, la salud, la educación, el derecho a una vida justa, a la vivienda y a la justicia.

En 1929 el Partido Nacional Revolucionario logra una cohesión social importante para poder crecer en otros ámbitos. Los gobiernos emanados del partido debían mantener la mística de la revolución, pero en un régimen que no permitía el crecimiento ni el desarrollo deseado, debido a la intolerancia y a la corrupción heredadas desde tiempos prehispánicos y de la colonia. 

Con el régimen cardenista se habla por primera vez de planeación y regionalismo, de ver hacia el futuro. Todos los regímenes posteriores tienen como característica un modelo propio de desarrollo, incluso antitéticos entre sí, pero respaldados incondicionalmente por el Partido Revolucionario Institucional.

Con la crisis del PRI y su desmoronamiento el 2 de julio del 2000, nuestra Nación transitó por la democracia electoral hacia un nuevo gobierno; en ese momento muchos pensamos que todas o casi todas las teorías sobre el desarrollo en nuestro país deberían de repensarse. Sin embargo, los resultados del sexenio foxista no fueron nada alentadores, al destaparse escándalos de corrupción y enriquecimiento ilícito difícilmente igualados en el pasado, endurecimiento en contra de las izquierdas mexicanas, y la división del país en prácticamente dos bandos y en dos concepciones de ver el mundo ( Por un lado los Partidos Políticos Acción Nacional y Revolucionario Institucional respaldados (o respaldando) por los grandes corporativos empresariales, los medios de comunicación (en especial el consorcio Televisa-TV Azteca), el ejército y el Instituto Federal Electoral y, por el otro, las Izquierdas Mexicanas). La nueva historia mexicana tiene, sin duda, un comienzo difícil de definir y conceptualizar en el tiempo y el espacio ¿cuál es el nuevo motor de la historia del Estado-Nación Mexicano? Diversas son las propuestas que se pueden enumerar: el 68, el 88, las elecciones generales del 2000, el triunfo de la izquierda en 2018, o la solidaridad mexicana ante los desastres para los que el gobierno no está mínimamente preparado para prever ni para corregir y mucho menos enfrentar.

En México carecemos de una cultura moderna, no contamos con un Proyecto de Nación viable y ni siquiera con los elementos para poder diseñarlo. Si la modernidad es adoptar una postura propositiva como una experiencia vital (experiencia que provoca un espíritu rebelde y en constante búsqueda) que debe ser representada por todas las mujeres y hombres de nuestro país, entonces lo que se define como modernidad “es encontrarnos en un entorno que nos promete aventuras, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros y del mundo y que, al mismo tiempo, amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que sabemos, todo lo que somos" (BERMAN, Marshall “Todo lo Sólido se Desvanece en el Aire. La Experiencia de la Modernidad”, México, Siglo XXI, 1998, p. 1). Sin embargo, las sociedad moderna mexicana está fundamentada en un mercado mundial siempre en expansión que lo abarca todo, capaz del crecimiento más espectacular, capaz de un despilfarro y una devastación espantosos, capaz de todo salvo de ofrecer solidez y estabilidad.

En nuestra nación la crítica acerba al orden establecido, ya desprovista de las grandes esperanzas de los sesenta, derivó en un clima en el que han proliferado los entierros de la modernidad y las condenas de sus rasgos fundamentales, de la civilización que le dio origen y del planeta mismo como resultado de sus rasgos depredadores. La Postmodernidad es la condición reflexiva sobre lo moderno, “después de Auschwitz no es posible seguir simplemente escribiendo himnos a la grandeza humana” (ADORNO, Th. W. “La Disputa del Positivismo en la Sociología Alemana”, Barcelona, Grijalbo, 1973, p. 121). De esta conciencia deriva una visión que tiende a desinflar abultadas pretensiones y a debilitar convicciones sin óptica; de hecho, la Postmodernidad no hace más que continuar el rasgo intelectual característico de la modernidad: la razón crítica.

Es la razón crítica postmoderna la que se ve llevada a reconstruirse a sí misma, al igual que lo hace con todo. Este es el inestable paradigma circular que prevé Kuhn, al señalar “la existencia de las crisis como un prerrequisito absoluto para las revoluciones” (KUHN, T. S. “La Estructura de las Revoluciones Científicas”, Madrid, F.C.E, 1975, p. 278). Gracias en parte a esta situación la dinámica de la historia continuará impulsada por la ciencia y la técnica, que pueden dar también una salida a la atonía espiritual.

Junto a la Postmodernidad se establece la llamada era de la información, que con sus computadoras omnipresentes conectadas en red adquiere dimensiones utópicas, en las que la traducción de nuestras vidas enteras a la forma espiritual de la información parece hacer de todo el planeta, y de toda la familia humana, una sola conciencia. 

Así, en 1989 el sistema democrático de gobierno avanzó por todos los continentes emparejando los lineamientos económicos derivados de la crisis de los acuerdos de Breton Woods, que desde 1973 habrían hecho crisis empezándose a transformar en una economía de libre mercado neoliberal. 

El predominio de las fuerzas modernizadoras en la sociedad contemporánea no significa que esté libre de tensiones. Estas se manifiestan entre la globalización reticular de la economía, la tecnología y la comunicación y, por el otro, en la búsqueda de la identidad. Desubicada, sin tiempo, presa de una realidad inseparable de la ficción, mucha gente busca en las tradiciones locales o regionales, o en las culturas emergentes del cuerpo o la naturaleza, un ser que el poder de los flujos globales es incapaz de proporcionarles. Surge así un mundo de enajenación esquizofrénica, en el que muchos son lo que no hacen y otros hacen lo que no son.

Andante maestoso- Allegro vivace: Tras la breve y personalísima crónica de la evolución de la administración de la cosa pública, me gustaría plantear una personalísima perspectiva de la estructura social mexicana a través de los diversos hechos de la solidaridad del pueblo mexicano y de la ayuda internacional, donde inicio con una pregunta fenomenológica: ¿seguiremos siendo siempre un pueblo solidario, guadalupano, machista, telenovelero, “panbolero” y abusador? Es de destacar que a casi dos años del inicio de la pandemia por el SARS-CoV-2, Consulta Mitofsky, empresa que se dedica a la investigación de la opinión pública mediante consultas, publicó los resultados de la encuesta: “Amistad y Felicidad” en la que México resulto tener habitantes felices pese a la situación económica y política del país, resultando lo siguiente: En una escala del 0 al 10, los mexicanos ubican su felicidad en 8.5, valor más que satisfactorio; Solamente el 4% ubicó su felicidad por abajo del 6 y el 79% por ciento la evaluó entre 8 y 10. Los datos anteriores nos llevan a considerar que aproximadamente 12 millones de mexicanos se consideran “no felices” pero 113 millones alcanzarían la categoría de “felices” o “muy felices”. Lo que se concluye como que “Contando con evidencias como la percepción negativa de la economía y problemas como con inseguridad y desempleo, era de esperar un bajo índice de felicidad percibida por los mexicanos, sin embargo, aunque parezca mentira, el mexicano vive feliz con su actual situación”. 

La felicidad y solidaridad mexicana debe pasar de su actuación en los desastres naturales a traspasar todas las condiciones sociales, aspiraciones ideológicas o económicas y los aspectos electorales a vivir en una democracia efectiva, diaria y solidaria, que nos permita ver a nuestro país como un todo, como una unidad alejada de los falsos regionalismos donde se piensa en un norte rico que trabaja, en un sur pobre que es flojo y en un centro que administra. Si bien es cierto e indiscutible el éxito globalizador de los mercados financieros, gracias a las comunicaciones, a la red mundial de Internet, a la robótica y a muchos otros avances tecnológicos, también es cierto que dicha realidad virtual no tiene nada que hacer frente a la Cultura. Mientras la globalización sólo englobe a los globalizadores (como aquella verdad universal de que todos somos iguales, pero unos son más iguales que otros) sólo seguirá sentando su propio fin, y a su vez, alimentando el motor de la historia.

Hoy en día, una tradición regional, democrática y liberal debe incluir a las niñas y mujeres, a los muchachos del ‘68, los del otoño en México, a las y los que buscan apasionados, convencidos, mesiánicos, las respuestas a sus sueños de justicia. Una tradición democrática y liberal debe ofrecer opciones reales de modernización, donde la cultura, la educación y la calidad de vida sean los indicadores políticos, económicos y sociales; desde una perspectiva de género y humanística de justicia social. La lucha no será fácil, pero tenemos de nuestro lado la cultura, la subjetividad, la magia, el misticismo y la otra orilla (Ver PAZ, Octavio El Arco y la Lira, México, FCE, 1956); tenemos lo antitético de la tradición y de lo moderno.

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